Obligamos a los animales a renunciar a sí mismos para encarnar nuestras fantasías, hacemos que se olviden de su propia identidad, de su naturaleza, y nosotros la olvidamos también.
Corremos el riesgo de desarrollar una terrible dictadura en la que solo la identidad humana será aceptada, y el resto de especies estarán abocadas a someterse o desaparecer. Cuando ningún animal viva libre habremos olvidado que existía la libertad.
Entrenamiento de un chimpancé en un circo. Foto: Igualdad Animal |
¿Por
qué programas como '¡Vaya Fauna!' son tan dañinos? ¿Por qué los espectáculos de
circo con animales son injustos? ¿Por qué usar un tigre en un videoclip es
cruel? La respuesta más inmediata es que todos
estos espectáculos causan sufrimiento físico y psicológico a los animales,
a los que se arranca de su hábitat y de su familia para obligarles a malvivir
en un espacio artificial en el que no pueden realizar sus conductas naturales.
A estos animales se les fuerza a aprender una serie de ejercicios cuya
finalidad no comprenden, y cuando se resisten a realizarlos se les infligen
todo tipo de castigos, desde golpes hasta la privación de comida y agua. Por
ello, cada uno de estos chimpancés, osos o tigres usados en espectáculos sufren
física y psicológicamente de manera continuada. Y también lo hacen los animales
domésticos como caballos o cerdos: aunque en su caso ya estén habituados a
convivir con seres humanos, no dejan de sufrir por la manera en que se les
imponen unas conductas que van contra su naturaleza.
Pero
lo que está en juego en este tipo de espectáculos no es tan solo el terrible e
injustificable sufrimiento de estos animales maltratados para divertir a la
gente. Lo que está en juego es todavía más grave.
Cada especie animal que habita este planeta desarrolla una forma distinta de vivir en el mundo, es decir, posee una identidad única e insustituible, fruto de una historia de evolución milenaria, y de su adaptación a un entorno determinado. Cada especie tiene un cuerpo distinto y una apariencia particular: existen 3.000 especies de libélulas, y no hay dos iguales. Además, cada especie animal percibe la realidad de un modo diferente (los murciélagos poseen el sentido de la ecolocación, algunas aves perciben el campo magnético de la tierra, las ballenas se oyen entre sí a kilómetros de distancia, los perros tienen un olfato ortonasal mucho más fino que el nuestro, etc). No hay dos especies que posean la misma conducta, la misma forma de alimentarse, de reproducirse, de relacionarse con sus congéneres, con otras especies y con su entorno. Cada una emplea una configuración particular de capacidades cognitivas, emocionales y comunicativas. Aquellas especies con capacidades cognitivas más complejas desarrollan culturas, y así, madres y padres transmiten conocimientos y técnicas a sus hijas e hijos, y los grupos se distinguen por culturas diferentes. Las culturas animales más estudiadas son las de los grandes simios, pero también los cetáceos las poseen, y parece que algunas otras más. En síntesis: cada especie animal es única y valiosa en sí misma.
La riqueza del planeta Tierra consiste, precisamente, en que la vida se manifiesta de maneras tan diversas. Su esencia es la pluralidad de formas de ser y de vivir, tanto de animales, como de plantas, como del conjunto de seres vivos. Su estructura es el árbol de la vida, constituido por unas raíces comunes, de las que emergen tal cantidad de ramas, que todavía no hemos acabado de contar cuántas especies de seres vivos comparten este planeta con nosotros.
Si los seres humanos sintiéramos admiración por la vida, disfrutaríamos con el privilegio de conocer esa diversidad, que nos regala placer estético, y nos ofrece una inagotable escuela donde aprender acerca de las diferentes maneras en que las especies logran resolver los problemas que se les presentan. La biodiversidad es el contexto en el que entendernos a nosotros mismos como una especie más entre otras, y en el que comparar nuestras habilidades con las de otras especies, lo que se convierte en una profunda lección de humildad.
Sin embargo, en nuestra sociedad existe una fuerte corriente que pretende acabar con esa diversidad, y de hecho, con las ideas mismas de pluralidad y diferencia. La extinción masiva que estamos provocando, con más de 20.000 especies de animales y plantas en peligro, es su manifestación más evidente. Pero la extinción es solo una de las caras de este fenómeno. Más allá de conseguir su desaparición material, lo que esa fuerza persigue es el olvido de estas especies: que ellas mismas se olviden a sí mismas, y que nosotros las olvidemos también.
Lo que persigue el Proyecto Olvido es que solo admitamos una única identidad legítima: la humana. Y que concibamos el resto de identidades como subsidiarias, es decir, que entendamos que el resto de seres solo tienen valor en cuanto nos sirven a nosotros, y exclusivamente en aquellos aspectos en que nos sirven. Obligamos a esos animales a redefinir su ser, su identidad y su conducta para convertirse en nuestros instrumentos. Consideramos que los seres vivos solo tienen sentido cuando viven para nosotros, cuando son moldeados por nuestros deseos, caprichos y fantasías.
A muchas especies las reducimos a comida, transformando para ello su cuerpo y sus conductas. A otras tantas las convertimos en medios de transporte. A otras las modificamos genéticamente para que sus cuerpos sean herramientas de experimentación. Otras más son objetos ornamentales en peceras y jaulas. Algunas son criadas y educadas para ser mascotas sumisas. Miles de ellas deben dar placer a los cazadores. Y otras tienen la función de entretenernos y divertirnos, de ser nuestros bufones. Es en este último caso cuando se hace más evidente lo que sucede también en los casos anteriores: que obligamos a los animales a renunciar a sí mismos para pasar a encarnar nuestras fantasías. Sus conductas desarrolladas en una evolución milenaria deben desaparecer para dar lugar a las conductas que a nosotros nos apetezcan. Sus cuerpos, fruto de la misma evolución, deben transformarse para servirnos mejor. Su identidad debe ser borrada para dejar lugar a aquella identidad que nosotros inventemos para ellos. Moldeamos a los animales como si no fueran más que dibujos animados en una película. Les borramos su identidad, les arrancamos su memoria, y les obligamos a convertirse en meros servidores.
“A muchas especies las reducimos a comida, transformando para ello su cuerpo y sus conductas. A otras tantas las convertimos en medios de transporte. A otras las modificamos genéticamente para que sus cuerpos sean herramientas de experimentación.”
Por ello, no caigamos en el error de creer que los espectáculos con animales son simplemente vulgares y zafios. No creamos que únicamente le causan dolor a esa pobre osa que toca la trompeta o a ese desgraciado chimpancé que baila al ritmo de la música. Los espectáculos con animales son uno de los instrumentos fundamentales que emplea el Proyecto Olvido con una doble función: que los animales olviden su propia identidad, y que nosotros la olvidemos también. El público que ve esos espectáculos olvida a esos animales, olvida en qué hábitat vivían, cuáles eran sus conductas naturales, cuáles sus capacidades cognitivas, emocionales y comunicativas. No solo eliminamos especies de la faz de la tierra, también las eliminamos completamente de nuestro recuerdo.
Cuando imaginamos un caballo, ya no imaginamos un caballo libre, viviendo con su manada. Imaginamos un animal atado a un carro. Como si tirar de un carro fuera su esencia y su función natural. Cuando imaginamos un cerdo, no imaginamos una criatura inteligente, afable y juguetona, sino únicamente comida. Cuando imaginamos un chimpancé, imaginamos un payaso de circo o una herramienta de experimentación. Cuando imaginamos un oso, imaginamos un peluche. Y claro, resulta fabuloso que el peluche toque la trompeta. Obligamos a los animales a renunciar a sus vidas para realizar nuestras fantasías, y somos cada vez más incapaces de imaginarlos viviendo para ellos mismos en libertad.
El Proyecto Olvido, que tanta fuerza tiene en nuestra sociedad, no es más que un proyecto totalitario: la totalidad de todo cuanto existe debe someterse a la única identidad legítima, que es la nuestra. Y la forma más eficaz de lograr ese sometimiento es que las criaturas sometidas olviden su propia identidad, olviden quiénes eran antes de convertirse en meros servidores, olviden que podían vivir para sí mismos. Y que los humanos lo olviden también, no fuera que a alguno se le despertara la empatía o la compasión.
¿Nos resulta familiar este Proyecto Olvido? No es la primera vez que una sociedad lo aplica. Los seres humanos lo han aplicado innumerables veces entre sí, eliminando culturas, etnias y pueblos, eliminando las formas de vivir y de pensar de otros seres humanos. Exterminar culturas humanas y exterminar especies animales son dos proyectos que comparten un ideario común, un ideario totalitario que impone una única identidad como legítima, y no acepta la diferencia ni la pluralidad.
Por ello, insisto, cuando una osa toca la trompeta en un programa de televisión, lo que está en juego no es solo el dolor terrible de ese pobre animal. Corremos el peligro de asumir que las otras especies solo existen para servirnos. Y esa idea, además de lo perniciosa que resulta para los animales, se retroalimenta con otras ideas igual de peligrosas: que unas etnias existen para servir a otras, que las mujeres existen para servir a los hombres, que las clases sociales más humildes existen para servir a las clases sociales más poderosas.
Si dejamos que estas ideas avancen, que echen raíces en las mentes de niñas y niños, que se cuelen en los libros de texto, que circulen a sus anchas por las redes sociales y por nuestras calles y plazas, estaremos alimentando el Proyecto Olvido. Si seguimos adelante, acabaremos viviendo en la dictadura más terrible que ha conocido este planeta, una dictadura en la que una única forma de vida será aceptada, y el resto de millones de especies que existen, y el resto de miles de formas de vida que los seres humanos pueden desarrollar, solo tendrán dos opciones: o someterse o desaparecer. Meteremos a cada ser vivo en una jaula, nos meteremos a nosotros mismos en nuestra propia jaula, y cuando ya no quede ningún ser que viva libre, se nos olvidará para siempre que existe la libertad.
Artículo de Marta Tafalla en el espacio "El Caballo de Nietzsche" de Eldiario.es : http://www.eldiario.es/caballodenietzsche/Proyecto-Olvido_6_417218286.html
Cada especie animal que habita este planeta desarrolla una forma distinta de vivir en el mundo, es decir, posee una identidad única e insustituible, fruto de una historia de evolución milenaria, y de su adaptación a un entorno determinado. Cada especie tiene un cuerpo distinto y una apariencia particular: existen 3.000 especies de libélulas, y no hay dos iguales. Además, cada especie animal percibe la realidad de un modo diferente (los murciélagos poseen el sentido de la ecolocación, algunas aves perciben el campo magnético de la tierra, las ballenas se oyen entre sí a kilómetros de distancia, los perros tienen un olfato ortonasal mucho más fino que el nuestro, etc). No hay dos especies que posean la misma conducta, la misma forma de alimentarse, de reproducirse, de relacionarse con sus congéneres, con otras especies y con su entorno. Cada una emplea una configuración particular de capacidades cognitivas, emocionales y comunicativas. Aquellas especies con capacidades cognitivas más complejas desarrollan culturas, y así, madres y padres transmiten conocimientos y técnicas a sus hijas e hijos, y los grupos se distinguen por culturas diferentes. Las culturas animales más estudiadas son las de los grandes simios, pero también los cetáceos las poseen, y parece que algunas otras más. En síntesis: cada especie animal es única y valiosa en sí misma.
La riqueza del planeta Tierra consiste, precisamente, en que la vida se manifiesta de maneras tan diversas. Su esencia es la pluralidad de formas de ser y de vivir, tanto de animales, como de plantas, como del conjunto de seres vivos. Su estructura es el árbol de la vida, constituido por unas raíces comunes, de las que emergen tal cantidad de ramas, que todavía no hemos acabado de contar cuántas especies de seres vivos comparten este planeta con nosotros.
Si los seres humanos sintiéramos admiración por la vida, disfrutaríamos con el privilegio de conocer esa diversidad, que nos regala placer estético, y nos ofrece una inagotable escuela donde aprender acerca de las diferentes maneras en que las especies logran resolver los problemas que se les presentan. La biodiversidad es el contexto en el que entendernos a nosotros mismos como una especie más entre otras, y en el que comparar nuestras habilidades con las de otras especies, lo que se convierte en una profunda lección de humildad.
Sin embargo, en nuestra sociedad existe una fuerte corriente que pretende acabar con esa diversidad, y de hecho, con las ideas mismas de pluralidad y diferencia. La extinción masiva que estamos provocando, con más de 20.000 especies de animales y plantas en peligro, es su manifestación más evidente. Pero la extinción es solo una de las caras de este fenómeno. Más allá de conseguir su desaparición material, lo que esa fuerza persigue es el olvido de estas especies: que ellas mismas se olviden a sí mismas, y que nosotros las olvidemos también.
Lo que persigue el Proyecto Olvido es que solo admitamos una única identidad legítima: la humana. Y que concibamos el resto de identidades como subsidiarias, es decir, que entendamos que el resto de seres solo tienen valor en cuanto nos sirven a nosotros, y exclusivamente en aquellos aspectos en que nos sirven. Obligamos a esos animales a redefinir su ser, su identidad y su conducta para convertirse en nuestros instrumentos. Consideramos que los seres vivos solo tienen sentido cuando viven para nosotros, cuando son moldeados por nuestros deseos, caprichos y fantasías.
A muchas especies las reducimos a comida, transformando para ello su cuerpo y sus conductas. A otras tantas las convertimos en medios de transporte. A otras las modificamos genéticamente para que sus cuerpos sean herramientas de experimentación. Otras más son objetos ornamentales en peceras y jaulas. Algunas son criadas y educadas para ser mascotas sumisas. Miles de ellas deben dar placer a los cazadores. Y otras tienen la función de entretenernos y divertirnos, de ser nuestros bufones. Es en este último caso cuando se hace más evidente lo que sucede también en los casos anteriores: que obligamos a los animales a renunciar a sí mismos para pasar a encarnar nuestras fantasías. Sus conductas desarrolladas en una evolución milenaria deben desaparecer para dar lugar a las conductas que a nosotros nos apetezcan. Sus cuerpos, fruto de la misma evolución, deben transformarse para servirnos mejor. Su identidad debe ser borrada para dejar lugar a aquella identidad que nosotros inventemos para ellos. Moldeamos a los animales como si no fueran más que dibujos animados en una película. Les borramos su identidad, les arrancamos su memoria, y les obligamos a convertirse en meros servidores.
“A muchas especies las reducimos a comida, transformando para ello su cuerpo y sus conductas. A otras tantas las convertimos en medios de transporte. A otras las modificamos genéticamente para que sus cuerpos sean herramientas de experimentación.”
Por ello, no caigamos en el error de creer que los espectáculos con animales son simplemente vulgares y zafios. No creamos que únicamente le causan dolor a esa pobre osa que toca la trompeta o a ese desgraciado chimpancé que baila al ritmo de la música. Los espectáculos con animales son uno de los instrumentos fundamentales que emplea el Proyecto Olvido con una doble función: que los animales olviden su propia identidad, y que nosotros la olvidemos también. El público que ve esos espectáculos olvida a esos animales, olvida en qué hábitat vivían, cuáles eran sus conductas naturales, cuáles sus capacidades cognitivas, emocionales y comunicativas. No solo eliminamos especies de la faz de la tierra, también las eliminamos completamente de nuestro recuerdo.
Cuando imaginamos un caballo, ya no imaginamos un caballo libre, viviendo con su manada. Imaginamos un animal atado a un carro. Como si tirar de un carro fuera su esencia y su función natural. Cuando imaginamos un cerdo, no imaginamos una criatura inteligente, afable y juguetona, sino únicamente comida. Cuando imaginamos un chimpancé, imaginamos un payaso de circo o una herramienta de experimentación. Cuando imaginamos un oso, imaginamos un peluche. Y claro, resulta fabuloso que el peluche toque la trompeta. Obligamos a los animales a renunciar a sus vidas para realizar nuestras fantasías, y somos cada vez más incapaces de imaginarlos viviendo para ellos mismos en libertad.
El Proyecto Olvido, que tanta fuerza tiene en nuestra sociedad, no es más que un proyecto totalitario: la totalidad de todo cuanto existe debe someterse a la única identidad legítima, que es la nuestra. Y la forma más eficaz de lograr ese sometimiento es que las criaturas sometidas olviden su propia identidad, olviden quiénes eran antes de convertirse en meros servidores, olviden que podían vivir para sí mismos. Y que los humanos lo olviden también, no fuera que a alguno se le despertara la empatía o la compasión.
¿Nos resulta familiar este Proyecto Olvido? No es la primera vez que una sociedad lo aplica. Los seres humanos lo han aplicado innumerables veces entre sí, eliminando culturas, etnias y pueblos, eliminando las formas de vivir y de pensar de otros seres humanos. Exterminar culturas humanas y exterminar especies animales son dos proyectos que comparten un ideario común, un ideario totalitario que impone una única identidad como legítima, y no acepta la diferencia ni la pluralidad.
Por ello, insisto, cuando una osa toca la trompeta en un programa de televisión, lo que está en juego no es solo el dolor terrible de ese pobre animal. Corremos el peligro de asumir que las otras especies solo existen para servirnos. Y esa idea, además de lo perniciosa que resulta para los animales, se retroalimenta con otras ideas igual de peligrosas: que unas etnias existen para servir a otras, que las mujeres existen para servir a los hombres, que las clases sociales más humildes existen para servir a las clases sociales más poderosas.
Si dejamos que estas ideas avancen, que echen raíces en las mentes de niñas y niños, que se cuelen en los libros de texto, que circulen a sus anchas por las redes sociales y por nuestras calles y plazas, estaremos alimentando el Proyecto Olvido. Si seguimos adelante, acabaremos viviendo en la dictadura más terrible que ha conocido este planeta, una dictadura en la que una única forma de vida será aceptada, y el resto de millones de especies que existen, y el resto de miles de formas de vida que los seres humanos pueden desarrollar, solo tendrán dos opciones: o someterse o desaparecer. Meteremos a cada ser vivo en una jaula, nos meteremos a nosotros mismos en nuestra propia jaula, y cuando ya no quede ningún ser que viva libre, se nos olvidará para siempre que existe la libertad.
Artículo de Marta Tafalla en el espacio "El Caballo de Nietzsche" de Eldiario.es : http://www.eldiario.es/caballodenietzsche/Proyecto-Olvido_6_417218286.html