miércoles, 3 de agosto de 2016

Los pájaros que hablan con los hombres: en África hombres y pájaros salvajes colaboran para obtener miel y cera de abeja

Estos últimos días ha saltado una interesante noticia del mundo animal a muchos medios de comunicación, algo no muy habitual:

Se ha comprobado que los pájaros indicadores reaccionan a la llamada de los humanos y juntos se dirigen a buscar los preciados productos de las abejas. Un emocionante ejemplo de cooperación entre el hombre y el animal que se ha fomentado a lo largo de cientos o miles de años y probablemente por selección natural. Hombres y pájaros colaboran en África para obtener dos de los productos más preciados de las abejas: la miel y la cera. Estos pájaros se denominan indicadores porque guían a los humanos hacia las colmenas silvestres, es decir, les indican dónde están los panales, muchas veces ocultos en las grietas de los árboles. La cooperación es total: los indicadores saben dónde se esconden los panales, pero no están dispuestos a sufrir los picotazos de las abejas; y los humanos saben cómo extraer los productos por medio del humo, pues los insectos huyen al suponer que se trata de un incendio. El acuerdo es mutuo: los humanos se quedan con la miel y los indicadores se benefician de la cera. "Esta relación es un ejemplo raro de cooperación entre humanos y animales en libertad", destaca la Universidad de Cambridge, que ha participado en un estudio sobre esta costumbre ancestral.

El estudio, publicado el viernes en Science, trata esencialmente sobre la comunicación entre unos y otros. ¿Cómo se produce el aviso? ¿Quién avisa a quién? A finales del siglo XVI, el misionero portugués João dos Santos se encontraba en una iglesia que había fundado en la actual Mozambique y observó un pajarillo que se coló en su interior para picotear las velas de cera. Otro hábito curioso de este pájaro marrón consistía en convocar a los hombres mediante unas señales sonoras y, volando de árbol en árbol, los conducía hasta una colmena silvestre. La bióloga evolutiva Claire Spottiswoode y sus colegas viajaron a la selva mozambiqueña, concretamente a la Reserva Nacional de Niassa, y no sólo comprobaron este fenómeno sino también el inverso: los indicadores reaccionan a la llamada de los humanos y juntos se dirigen a buscar las colmenas. El grito humano que pone en funcionamiento esta admirable colaboración, y que se ha transmitido de generación en generación, es una vibración sonora seguida de un gruñido seco: ¡brrr-hm! "Esta llamada, a diferencia de otros sonidos, triplica las posibilidades de que se produzca una interacción eficaz que proporciona miel a los humanos y cera a los pájaros", dice Spottiswoode. 

Desgraciadamente este mutualismo ya ha desaparecido de muchas partes de África. El mundo es un lugar rico en espacios naturales como Niassa, donde aún se desarrolla este asombroso ejemplo de cooperación humana-animal. 






Fuentes: 





sábado, 8 de agosto de 2015

Proyecto Olvido, por Marta Tafalla en EL CABALLO DE NIETZSCHE

Obligamos a los animales a renunciar a sí mismos para encarnar nuestras fantasías, hacemos que se olviden de su propia identidad, de su naturaleza, y nosotros la olvidamos también.
Corremos el riesgo de desarrollar una terrible dictadura en la que solo la identidad humana será aceptada, y el resto de especies estarán abocadas a someterse o desaparecer. Cuando ningún animal viva libre habremos olvidado que existía la libertad.

Entrenamiento de un chimpancé en un circo. Foto: Igualdad Animal


 ¿Por qué programas como '¡Vaya Fauna!' son tan dañinos? ¿Por qué los espectáculos de circo con animales son injustos? ¿Por qué usar un tigre en un videoclip es cruel? La respuesta más inmediata es que todos estos espectáculos causan sufrimiento físico y psicológico a los animales, a los que se arranca de su hábitat y de su familia para obligarles a malvivir en un espacio artificial en el que no pueden realizar sus conductas naturales. A estos animales se les fuerza a aprender una serie de ejercicios cuya finalidad no comprenden, y cuando se resisten a realizarlos se les infligen todo tipo de castigos, desde golpes hasta la privación de comida y agua. Por ello, cada uno de estos chimpancés, osos o tigres usados en espectáculos sufren física y psicológicamente de manera continuada. Y también lo hacen los animales domésticos como caballos o cerdos: aunque en su caso ya estén habituados a convivir con seres humanos, no dejan de sufrir por la manera en que se les imponen unas conductas que van contra su naturaleza.
Pero lo que está en juego en este tipo de espectáculos no es tan solo el terrible e injustificable sufrimiento de estos animales maltratados para divertir a la gente. Lo que está en juego es todavía más grave.

Cada especie animal que habita este planeta desarrolla una forma distinta de vivir en el mundo, es decir, posee una identidad única e insustituible, fruto de una historia de evolución milenaria, y de su adaptación a un entorno determinado. Cada especie tiene un cuerpo distinto y una apariencia particular: existen 3.000 especies de libélulas, y no hay dos iguales. Además, cada especie animal percibe la realidad de un modo diferente (los murciélagos poseen el sentido de la ecolocación, algunas aves perciben el campo magnético de la tierra, las ballenas se oyen entre sí a kilómetros de distancia, los perros tienen un olfato ortonasal mucho más fino que el nuestro, etc). No hay dos especies que posean la misma conducta, la misma forma de alimentarse, de reproducirse, de relacionarse con sus congéneres, con otras especies y con su entorno. Cada una emplea una configuración particular de capacidades cognitivas, emocionales y comunicativas. Aquellas especies con capacidades cognitivas más complejas desarrollan culturas, y así, madres y padres transmiten conocimientos y técnicas a sus hijas e hijos, y los grupos se distinguen por culturas diferentes. Las culturas animales más estudiadas son las de los grandes simios, pero también los cetáceos las poseen, y parece que algunas otras más. En síntesis: cada especie animal es única y valiosa en sí misma.

La riqueza del planeta Tierra consiste, precisamente, en que la vida se manifiesta de maneras tan diversas. Su esencia es la pluralidad de formas de ser y de vivir, tanto de animales, como de plantas, como del conjunto de seres vivos. Su estructura es el árbol de la vida, constituido por unas raíces comunes, de las que emergen tal cantidad de ramas, que todavía no hemos acabado de contar cuántas especies de seres vivos comparten este planeta con nosotros.

Si los seres humanos sintiéramos admiración por la vida, disfrutaríamos con el privilegio de conocer esa diversidad, que nos regala placer estético, y nos ofrece una inagotable escuela donde aprender acerca de las diferentes maneras en que las especies logran resolver los problemas que se les presentan. La biodiversidad es el contexto en el que entendernos a nosotros mismos como una especie más entre otras, y en el que comparar nuestras habilidades con las de otras especies, lo que se convierte en una profunda lección de humildad.

Sin embargo, en nuestra sociedad existe una fuerte corriente que pretende acabar con esa diversidad, y de hecho, con las ideas mismas de pluralidad y diferencia. La extinción masiva que estamos provocando, con más de 20.000 especies de animales y plantas en peligro, es su manifestación más evidente. Pero la extinción es solo una de las caras de este fenómeno. Más allá de conseguir su desaparición material, lo que esa fuerza persigue es el olvido de estas especies: que ellas mismas se olviden a sí mismas, y que nosotros las olvidemos también.

Lo que persigue el Proyecto Olvido es que solo admitamos una única identidad legítima: la humana. Y que concibamos el resto de identidades como subsidiarias, es decir, que entendamos que el resto de seres solo tienen valor en cuanto nos sirven a nosotros, y exclusivamente en aquellos aspectos en que nos sirven. Obligamos a esos animales a redefinir su ser, su identidad y su conducta para convertirse en nuestros instrumentos. Consideramos que los seres vivos solo tienen sentido cuando viven para nosotros, cuando son moldeados por nuestros deseos, caprichos y fantasías.

A muchas especies las reducimos a comida, transformando para ello su cuerpo y sus conductas. A otras tantas las convertimos en medios de transporte. A otras las modificamos genéticamente para que sus cuerpos sean herramientas de experimentación. Otras más son objetos ornamentales en peceras y jaulas. Algunas son criadas y educadas para ser mascotas sumisas. Miles de ellas deben dar placer a los cazadores. Y otras tienen la función de entretenernos y divertirnos, de ser nuestros bufones. Es en este último caso cuando se hace más evidente lo que sucede también en los casos anteriores: que obligamos a los animales a renunciar a sí mismos para pasar a encarnar nuestras fantasías. Sus conductas desarrolladas en una evolución milenaria deben desaparecer para dar lugar a las conductas que a nosotros nos apetezcan. Sus cuerpos, fruto de la misma evolución, deben transformarse para servirnos mejor. Su identidad debe ser borrada para dejar lugar a aquella identidad que nosotros inventemos para ellos. Moldeamos a los animales como si no fueran más que dibujos animados en una película. Les borramos su identidad, les arrancamos su memoria, y les obligamos a convertirse en meros servidores.

“A muchas especies las reducimos a comida, transformando para ello su cuerpo y sus conductas. A otras tantas las convertimos en medios de transporte. A otras las modificamos genéticamente para que sus cuerpos sean herramientas de experimentación.”

Por ello, no caigamos en el error de creer que los espectáculos con animales son simplemente vulgares y zafios. No creamos que únicamente le causan dolor a esa pobre osa que toca la trompeta o a ese desgraciado chimpancé que baila al ritmo de la música. Los espectáculos con animales son uno de los instrumentos fundamentales que emplea el Proyecto Olvido con una doble función: que los animales olviden su propia identidad, y que nosotros la olvidemos también. El público que ve esos espectáculos olvida a esos animales, olvida en qué hábitat vivían, cuáles eran sus conductas naturales, cuáles sus capacidades cognitivas, emocionales y comunicativas. No solo eliminamos especies de la faz de la tierra, también las eliminamos completamente de nuestro recuerdo.

Cuando imaginamos un caballo, ya no imaginamos un caballo libre, viviendo con su manada. Imaginamos un animal atado a un carro. Como si tirar de un carro fuera su esencia y su función natural. Cuando imaginamos un cerdo, no imaginamos una criatura inteligente, afable y juguetona, sino únicamente comida. Cuando imaginamos un chimpancé, imaginamos un payaso de circo o una herramienta de experimentación. Cuando imaginamos un oso, imaginamos un peluche. Y claro, resulta fabuloso que el peluche toque la trompeta. Obligamos a los animales a renunciar a sus vidas para realizar nuestras fantasías, y somos cada vez más incapaces de imaginarlos viviendo para ellos mismos en libertad.

El Proyecto Olvido, que tanta fuerza tiene en nuestra sociedad, no es más que un proyecto totalitario: la totalidad de todo cuanto existe debe someterse a la única identidad legítima, que es la nuestra. Y la forma más eficaz de lograr ese sometimiento es que las criaturas sometidas olviden su propia identidad, olviden quiénes eran antes de convertirse en meros servidores, olviden que podían vivir para sí mismos. Y que los humanos lo olviden también, no fuera que a alguno se le despertara la empatía o la compasión.

¿Nos resulta familiar este Proyecto Olvido? No es la primera vez que una sociedad lo aplica. Los seres humanos lo han aplicado innumerables veces entre sí, eliminando culturas, etnias y pueblos, eliminando las formas de vivir y de pensar de otros seres humanos. Exterminar culturas humanas y exterminar especies animales son dos proyectos que comparten un ideario común, un ideario totalitario que impone una única identidad como legítima, y no acepta la diferencia ni la pluralidad.

Por ello, insisto, cuando una osa toca la trompeta en un programa de televisión, lo que está en juego no es solo el dolor terrible de ese pobre animal. Corremos el peligro de asumir que las otras especies solo existen para servirnos. Y esa idea, además de lo perniciosa que resulta para los animales, se retroalimenta con otras ideas igual de peligrosas: que unas etnias existen para servir a otras, que las mujeres existen para servir a los hombres, que las clases sociales más humildes existen para servir a las clases sociales más poderosas.

Si dejamos que estas ideas avancen, que echen raíces en las mentes de niñas y niños, que se cuelen en los libros de texto, que circulen a sus anchas por las redes sociales y por nuestras calles y plazas, estaremos alimentando el Proyecto Olvido. Si seguimos adelante, acabaremos viviendo en la dictadura más terrible que ha conocido este planeta, una dictadura en la que una única forma de vida será aceptada, y el resto de millones de especies que existen, y el resto de miles de formas de vida que los seres humanos pueden desarrollar, solo tendrán dos opciones: o someterse o desaparecer. Meteremos a cada ser vivo en una jaula, nos meteremos a nosotros mismos en nuestra propia jaula, y cuando ya no quede ningún ser que viva libre, se nos olvidará para siempre que existe la libertad.

Artículo de Marta Tafalla en el espacio "El Caballo de Nietzsche" de Eldiario.es  : http://www.eldiario.es/caballodenietzsche/Proyecto-Olvido_6_417218286.html


lunes, 15 de diciembre de 2014

El caso de Mary Ellen; origen de la protección del menor y su sorprendente relación con la defensa animal


A continuación traemos a colación una historia real  muy curiosa , que nos contó Mario Bedera, -miembro de la Asociación Parlamentaria en Defensa del Derecho de los Animales (APDDA)-, en las VII Jornadas de Antropología de la Universidad de Valladolid * . Tiene el aliciente de narrar la sorprendente relación que se estableció entre la defensa animal y el origen de las leyes de la protección al menor en el continente americano.


"Mary Ellen Wilson era una niña de ocho años que vivía en Nueva York en 1872. Sus padres de acogida la trataban como a una cosa, como a algo de su propiedad; la maltrataban, estaba desnutrida, dormía en el suelo, nunca pisó la calle y cuando la dejaban sola la encerraban en un cuarto oscuro.
Etta Wheeler era lo que hoy llamaríamos una trabajadora social. Enterada de las condiciones de Mary Ellen se las ingenió para entrar en su domicilio y comprobar que la realidad era peor de lo contado por los vecinos: la niña tenía cortes de tijeras y señales de haber sido azotada. Denunció los hechos ante las autoridades pero éstas se negaron a intervenir al no existir ninguna norma que protegiera a los menores.


Mary Ellen McCormack en 1874

Desesperada por la impotencia, Etta recurrió a los miembros de la Sociedad Americana para la Prevención de la Crueldad Animal quienes pusieron a su disposición a sus mejores abogados que acabaron llevando y ganando el caso ante la Corte Suprema del Estado de Nueva York en 1874. Los cuidadores de Mary Ellen fueron condenados en la que se conoce como la primera sentencia de la historia en favor de la protección de menores.

El alegato de los letrados fue tan sencillo como eficaz: si Mary Ellen era parte del reino animal debía aplicarse al caso la Ley contra la Crueldad Animal, aprobada algunos años antes gracias a la intensa labor de la citada Sociedad.

Desde el siglo XIX se ha progresado mucho en favor de la protección de menores. Instrumentos internacionales como la Convención sobre los Derechos del Niño y todas las legislaciones nacionales hacen de los menores un bien jurídico de especial protección por su vulnerabilidad. Sin embargo la defensa de los animales, que en su día dio cobertura decisiva a la protección infantil, no ha corrido la misma suerte. En nuestro país todavía estamos esperando una ley como la neoyorquina de 1866 que salvó la vida a Mary Ellen.

En España se sigue mirando con cierta extrañeza a quienes nos declaramos animalistas porque estamos convencidos que impedir el sufrimiento animal nos hace precisamente más humanos. Tal como entendió la Corte Suprema de Nueva York pertenecemos al mundo animal por más que en esas mismas fechas un naturalista inglés fuera objeto de burla por afirmar que todos los seres vivos han evolucionado desde un antepasado común mediante un proceso conocido como selección natural. A día de hoy la diferencia está en que, mientras en España seguimos consintiendo actos de extrema crueldad contra los animales, en Inglaterra Darwin fue enterrado con honores de Estado, junto a Newton, en la abadía de Westminster. Lo que nos hace recordar las sabias palabras de Gandhi cuando dijo que la evolución de los pueblos se mide por el trato hacia sus animales."



 VII JORNADAS DE ANTROPOLOGÍA de la UVa. 14 y 21 de Noviembre de 2014



Valladolid - 23/11/2014 Empatía y violencia. Las sociedades humanas en sus relaciones con pueblos originarios, inmigrantes, minorías étnicas y animales”


Esta historia también la recoge  el artículo de Mario Bedera publicado en Cuartopoder el 14 de Diciembre de 2014: El caso de Mary Ellen y la defensa de los animales.












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